viernes, 25 de marzo de 2011

Sentada en el Andén....

Mis manos frías intentan acariciar el teclado, y un escalofrío recorre mi espalda obligándome a arquear mis hombros. Esta es otra noche solitaria, silenciosa, ataviada de nubes grises que comienzan a advertir la llegada del otoño. Tengo mi mente cansada, no quiero pensar ni me esfuerzo en buscar las palabras correctas ni las figuras retóricas ideales para lo que intento nombrar. Sólo me limito a transcribir desesperadamente, golpear cada tecla con pequeñas dosis de violencia liberada, como si eso de alguna mágica manera este acto pudiese exorcisar el alma, liberarla de este desasosiego. Sé que en otras ocasiones me he mentido, engañándome con la idea de guardar una secreta esperanza. Inventando explicaciones seudoracionales que - una vez más - alimentan mis anhelos de que Él volverá. En otros momentos, con altas dosis de crueldad, intento doblegar mi estupidez enfrentando los hechos, simplemente no me quiere.
Supongo que hay miles de consejos, que existen miles de seudo explicaciones y ritos mágicos para esta locura. Yo misma me miro en el espejo y reniego de mi estupidez. Un capricho enfermizo por alguien que en estricto rigor no existe, un alguien para quién yo no existo más que en la forma de una fotografía y un breve recuerdo en movimiento.
Esta es la última entrada a esta bitácora con su nombre atado a mis labios. Debo reconcer que lo extraño, que su ausencia con el paso de los días se ha hecho agotadora, ha restado bríos a mis rutinas, lo he comparado y buscado en la gente anónima de la ciudad, he caminado por sus calles temiendo que la casualidad se burle de mi una vez más.  Llevo meses esperando, y lo seguiría haciendo, hasta me he acostumbrado a que cada día tenga esa patética razón de ser, pero no me queda tiempo para seguir vigilando en el muelle  por un barco que jamás zarpó con un rumbo trazado hacia mi.
Sé que seguiría impávida, mirando el horizonte, y es esa certeza la que me aterra. He soñado con él y esos sueños han sido más terribles que su ausencia, porque de alguna manera me seducen cada noche para conformarme con esa presencia onírica que subsana la realidad.

Debo tomar el próximo tren. No llevo equipaje y no quiero mirar atrás.