martes, 23 de abril de 2013

La danza con Doña Muerte

Fue inevitable. Imperceptible. Nada pudo predecir estos acontecimientos. Simplemente ocurrieron como una ironía macabra, como un morboso destino. Se dejó caer sobre esta existencia condenada sin piedad, sin miserciordia. Aplastola sin darle tiempo para respirar. Sin darle tiempo para llorar, para clamar, para implorar lo que ya era demasiado tarde para pedir. La misericordia sería un veneno que no merecía. Su condena ya la había sentenciado. Ella misma había planeado todo. La misma que sigilosa se mantuvo en silencio simulando que no se daba cuenta. Ella ya no estaba, no resucitaría. Lo sabía con certeza porque no sólo había presenciado su muerte, sino que además, sin quererlo había terminado siendo su cómplice y acusador. Estaba harta de sus lamentaciones. Cansada de su eterno amar. El templario se había vuelto su obsesión, con esa imagen sacralizada había intentado expiar sus locuras, sus excesos, su estupidez. Lo había idolatrado, y cada noche vestida de fantasía retornaba a aquella noche en la que se aferró a su armadura. De alguna manera este recuerdo le había dado aquella experiencia mística, esas experiencias de enajenados y devotos a las que nunca les encontró sentido. Fue su propia cruz, se convirtió sin ni siquiera sospecharlo en una amante extasiada con un amante inexistente, con un amante creado de Fe, intangible, que murió con la mañana de la realidad después de una noche, y que ella resucitaba cada día con su recordar piadoso. Lo había convertido en una letanía que con el fervor religioso lo convirtió en su redentor. En ese amor por el que soportarías todo, resistirías todo, porque es un amor que sólo existe en la locura de una mente escindida, de una mente perdida.
 
Me cansé de todo, incluso de vivir en esta locura. Cuando me resigné la que Solía ser murió condenada. La Misma hoy debe arrastrar el cuerpo de Ella. Esa es su condena. Errar sin encontrar sosiego jamás. Convertirse en la inmortal que renegó ser. Condenada a presenciar su asesinato cada día, es el peso que arrastra en sus espaldas y cada vez que mira hacia atrás, ve el cuerpo de aquella que fue, Ella.
 
Termino este blog con una tristeza que me consume. Pero ya no hay lágrimas, todas hicieron este mar de ausencias. Nunca pude aquietar estos demonios destructivos, y sin darme cuenta, Doña Muerte vino a visitarme. Sabía que merodeaba, pero sólo sonreí. Es hora de dormir. Es hora de ir en busca de Poe. Es hora de ir a buscar las caracolas marinas con Alfonsina.
 

martes, 2 de abril de 2013

Espejismos

El tiempo no es el culpable. Tampoco lo es mi estupidez infinita. Finalmente, no busco un culpable, ni pretendo inmolarme ni perdonarme. Simplemente intento sobrevivir. Las evidencias son lapidarias, las cosas terminaron siendo como son, pese a que me he negado a aceptarlo.