Esta noche mi pecho arde. Siento la melancolía apoderarse de mis vísceras, que despedaza con sus garras afiladas desgarrando jirones de piel, amasijos de carne, y yo inmovilizada, observo impávida la escena desde la indefensión de mi tristeza.
Hace tanto que he perdido el rumbo, que ya no me afano en buscar trayectos. Estos últimos meses me he conformado con reunir las fuerzas suficientes para respirar, para caminar por el Parque Forestal disfrutando del sendero pavimentado en hojas amarillentas húmedas de invierno. Acaricia mis mejillas la brisa fría susurrando entre mis cabellos lo evidente, eso que no quiero nombrar.
Supe su nombre, su verdadero nombre. Tantas noches lo había llamado de otra forma que fue un momento extraño. En mis sueños era EL, así simplemente. ¿Cuántas veces habríamos caminado por el mismo sendero?, ¿coincidido en el mismo lugar?, ¿cruzarnos sin vernos?. Pronuncio tu verdadero nombre y mi alma comienza a encontrar sosiego, ya lo sabía, no eres tú.
Comienzo a retroceder hacia la única salida, aquella que había rehuido en otras noches pasadas, en mi porfía de encontrar otras posibles. Perdí la esperanza, mi lámpara que iluminaba mi oscuridad. Extravié mi alforja y mendrugos endurecidos. Antes me acompañaba tu ausencia. Antes me acompañaba tu recuerdo, tu hermosa geografía. Antes me reconfortaba el sonido de tus palabras. Comienzo a enloquecer, duele tanto...