jueves, 20 de mayo de 2010

BAÑO DE TINA

Estoy escondida en la penumbra gradual del atardeer en esta habitación. Cerca de las cinco de la tarde volví del "allá afuera", con los pies desgastados, con la mirada agotada, con el ruido del mundo adosado a los oídos, ése tan persistente, como moscardones embrutecidos por el calor del verano. Deslicé mi cuerpo retirando la ropa cuando aún no cerraba la puerta trás de mí, era una necesidad, una desesperación, una liberación ansiada, el acto de desvestir generaba una instantánea sensación de liviandad, levedad; de alguna forma, mi alma se tornaba en un estado gaseoso. Sentir el suelo frío en la planta de mis pies provocaba una brisa interna refrescante, que recorría la médula hasta el cuello. Desnuda acudía con premura a recibir la purificación del agua, la bendición de la comunión de mi dermis y la pureza del acto mágico bautismal. Sumergí lentamente mi cuerpo en una bañera dispuesta, cálida y acogedora. Sería por un breve momento una matriz blanca contenedora de mis angustias. Me sentía sola, sola, sola. El silencio del claustrofóbico departamento me inquietaba, percibía los ruidos provenientes de los otros pisos, los portazos, las llegadas, las risas, los desechos, el murmullo entre paredes. Había comenzado a entender esa soledad, había intentado acostumbrarme a ese silencio, a ese movimiento, a la disposición de mi vida, de mi nueva vida.

Recordaba el último recuerdo registrado, cuando caminaba por la calle arboleada durante la tarde, contemplaba mi sombra deforme sobre el pavimento, mezclado con hojas marchitas de otoño citadino. Me había acostumbrado a esa soledad, sin querer me daba cuenta que acataba esa condición, que la tenía que integrar sin resistencia, con una sonrisa cómplice, con los brazos abiertos.

Mientras dormitaba en la tina fragmentos de recuerdos trizados alunizaban en mi memoria. Rostros, nombres, sensaciones, palabras, gritos, lágrimas, decepciones, una trás otras, lugares, apellidos, sonrisas. Era un mosaico inconcluso, incoherente, abarrotado de ayer, todo se veía tan distante, alejado de mi corazón, se habían acabado las lágrimas acaso? tal vez es cansancio, sólo eso. El cuadriculado del baño me recordaba un plano cartesiano, ojalá todo fuera tan sencillo, tan demarcado, tan predecible. Estaba perdiendo el dolor de las vivencias, pero al parecer, junto con ello perdía la motivación por la sonrisa, por las fotografías, por la música, por aquellos pequeños gestos de reconciliación con la vida, con la sobrevivencia obligada.

Cada día su propio afán.

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