miércoles, 22 de septiembre de 2010

El último intento

He cambiado mi apariencia. Esta mañana mientras cepillaba mis rojizos cabellos trataba de dilucidar en mis ojos la fuerza dormida que alguna vez centellaba desde mis oscuras pupilas. Esta mañana un efímero destello me hizo reaccionar y esbozar una sonrisa cómplice, aún sigues ahí. El resplandor del espejo iluminó un ángulo de mi rostro destacando la profundidad de una mirada adormecida. Ahí estaba ELLA, agazapada, escondida, esperando el momento oportuno para dar el gran brinco y emerger desde las profundidades del recuerdo. Haré caso omiso de aquel descubrimiento fortuito, guiñaré el ojo delator y fingiré que nada ha pasado. Arrastraré otro día más esta sobrevivencia en la que me he obligado a estar, este estado seudo-permanente de contradicciones y angustias sin propósito racional, sólo con el afán, sólo con la porfía de aferrarse, de no dejarse ir de una buena vez, de oponer fútil resistencia.
El día comenzaba, aunque me resistiera. No me esperaría, como nunca lo ha hecho, pasaría por sobre mis espaldas pisoteando mis costillas, como todas las moribundas mañanas, atropellándome, zamarreándome. Ya no me obligaba a despertar, la vigilia me acompañaba antes de su llegada, mis pupilas dilatadas y rutilantes provistas de premonición se anticipaban a lo evidente.
Le estoy dando forma a todo esto. Quiero convertirle en un hijo no-nacido con formas humanas y divinas, deforme de afectos y alimentado de desamor, desnutrido de sinceridad. Será mi engendro concebido en desgracia y parido en soledad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario