jueves, 1 de mayo de 2014

La danza de las coincidencias.

El Templario. Su frente amplia era la ironía anatómica de un razonamiento atiborrado de prejuicios e ideas obcecadas y anacrónicas. Su sonrisa irónica delataban un humor revoloteado por cuervos y buitres. Su piel exquisita, cubierta de una armadura de indiferencia y distancia siempre defensivas. Sus manos pequeñas capaces de empuñar una espada o una caricia con la misma eficacia. Un hombre para ser amado. Un hombre que habría deseado contemplar en lo cotidiano, y que de alguna tortuosa manera me las había ingeniado para mantenerlo secuestrado en mi memoria. Mi maldita memoria! Nunca debí robar lo que no me pertenecía. Robé una sombra, la vestí con la escasa luz que aún me pertenecía. Mi redentor tendría nombre, tendría su voz, su rostro, su ternura. Lo llamé, el Templario.

Cuatro años después volví al lugar de los hechos. Mi sombra estaba en el mismo balcón. Me vio llegar, sonrió. Me reconoció, pero no pudo musitar palabra alguna. Sus ojos se clavaron en mi mirada, pidió clemencia, rogaba por su liberación. Había envejecido esperando por mi regreso y ahora frente a mí, no era capaz de sentirse victoriosa. La última vez que fuimos una, salí corriendo al amanecer. Mi sombra esperaba el milagro de mi retorno. El lugar se hizo pequeño, lo recordaba amplio -¿o sería yo la que había crecido?- Evité mirar los detalles (!Mi maldita memoria, otra vez!). No entendía qué hacía en ese lugar. Él me había invitado pero mi sombra me advertía que todo se había tornado lúgubre, peligroso y dañino. Yo nunca debí acudir a ese llamado, pero había esperado tanto y tanto por volver a sus brazos, que no dudé en responder. Me esperaba, eso fue suficiente. Ahí estaba, extendido, soñado. No escuché, no quise escuchar la advertencia de mi sombra: Huye! corre! no es él, ya no es él. Pregunté: qué hago aquí? y ahí comenzó mi caída. Comenzó a relatar los acontecimientos que había provocado el caos de su vida. La mujer que lo había abandonado y la otra que lo había engañado, sus errores, sus excesos, su vida extraña, sus desaciertos. Qué era yo? yo era una fotografía, un sonrisa, una Magdalena. Necesitaba un remanso, caricias y compañía. Yo podría dárselo, al fin y al cabo siempre me recordaba como una fantasía acogedora, de una calidez generosa. Mientras hablaba mi pequeño mundo se fracturaba. Por mucho tiempo creí que toda aquel torbellino que nos inundó, que toda esa pasión había sido real. Me había engañado. YO quise creer una ilusión, yo quise creer que alguien pudo haberme hecho especial. Pobre tonta! yo sólo era una Magdalena, una mujer dispuesta que sólo le costaba un mensaje, una llamada. Una que no pedía nada. Que dadivosa entregaba y de mis fantasías se saciaba. Hay tres mujeres que lo aman, él adora a una, yo soy la que sobra.

Ahora estoy más sola que antes, más triste que antes, más empobrecida que antes. Ya ni siquiera, su recuerdo amado como algo atesorado. Amar a alguien que te mira con tanto desprecio. Eso no fue amor, fue un intento suicida. Aquella noche me vestí para él sin saber que a la misma hora tendría lugar mi funeral. Aquella noche lo amé con todas las fuerzas, con todas las ansias contenidas. Fue mi despedida.

Duele no tener a quién escribirle. Duele la ausencia de una fantasía que acariciar en las noches frías. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario