viernes, 12 de noviembre de 2010

Ayn Rand, La Rebeldía y el Individualismo en la Filosofía del siglo XX

En mundo enmarcado en los lineamientos teóricos de Hegel, Marx y Kant, un mundo estructurado con serias contradicciones entre la razón y el misticismo, entre los empujes del progreso y la nostalgia del pasado. En plena guerra fría aparece en escena una mujer que durante décadas ha quedado relegada a un segundo plano y casi desconocida en América Latina, pero al releer sus planteamientos, nos encontramos con argumentos de una claridad y sencillez que asombran, que revolucionan aquellos cimientos en los que cómodamente descansaba nuestra cognición. El hombre puede acceder a la realidad y no vivir sumergido en la eterna duda. En su novela The Fountainhead, encontramos a un protagonista que reconoce su propia capacidad y potencial para ser y hacerse hombre, imponiendo su visión propia y renovada del ejercicio profesional, una perspectiva individualista que se consagra estéticamente como una contrapartida a personajes autoflagelantes. La Obra que la consagra en la literatura universal es Atlas Shrugged (Atlas se encogió de hombros), título que fue traducido al español como La Rebelión de Atlas. Me agrada la descripción que la propia Ayn hace de su trabajo argumentando que trataría de una novela de misterio pero "no sobre el asesinato del cuerpo de un hombre, sino sobre el asesinato – y el renacimiento – del espíritu humano". Sabemos in extenso que el hombre bueno ha sido considerado el equivalente a un santo, palabra con larga y dudosa tradición religiosa y que trae implícita una connotación de moralidad; se trata de un hombre abnegado que asume un autosacrificio en función de los demás. Para Ayn el hombre debería investirse de egoísmo y abrazar la vida haciendo uso de la libertad, esto es, con la capacidad de decidir y asumiendo las consecuencias de estas decisiones. Es aquí donde la racionalidad emerge como el único principio ordenador, normativo, el que facilita la toma de decisiones conscientes, libres y sistemáticas. En el texto se puede leer el siguiente diálogo:



"- Si Ud viera a Atlas el gigante que sostiene al mundo sobre sus hombros, si lo viera en pie, sangre chorreando por su pecho, sus rodillas arqueándose, sus brazos temblando, pero aun así intentando mantener el mundo a salvo, con sus últimas fuerzas, y cuanto mayor es su esfuerzo, mayor el peso del mundo presionando sobre sus hombros, qué le diría que hiciera?


- Yo no sé, qué podría ser? qué le diría usted que hiciera?


- Que se encogiera de hombros"




Agregaría que dejara caer los brazos, que dejara de llevar consigo las obligaciones impuestas, los sacrificios que se asumen para beneficiar a otros en una compleja y hasta patológica construcción de vínculos sociales e individuales.

Su trabajo denota una sencillez que la destaca, es capaz de desarrollar ideas complejas descomponiéndolas en elementos simples para guiar al lector en la comprensión de un sistema teórico impecable racional y lógico: Tenía la costumbre de comunicarse de manera pedagógica, sin el afán de menoscabar, sino que de precisar de manera pragmática y semántica sus expresiones: "Empezaré haciendo algo muy impopular, algo que no encaja en las modas intelectuales de hoy en día, y que, por lo tanto, es "anti consenso": Empezaré por definir los términos que emplee, para que así sepa usted de qué estoy hablando....". Qué acto de humildad en una sociedad en que se rinde extrema pleitesía a semánticas ininteligibles y discursos homogéneos. Su prosa exige el acto consciente del pensamiento racional desprovisto de ideas primitivas, misticismo y religión que atentarían contra la libertad de pensar del homo sapiens: La Racionalidad es la virtud básica del hombre, la fuente de todas sus demás virtudes, de este modo la irracionalidad expresada en fanatismos religiosos exacerbados y misticismos que hoy alcanzan su cenit en las ventas de objetos y servicios en un consumismo desenfrenado y compulsivo. Ayn advierte “la Irracionalidad es la renuncia al medio de supervivencia del hombre y, por lo tanto, la asunción de un camino de destrucción ciega”.
Considera que el vicio básico del hombre es la supresión de la conciencia, es decir del acto fundamental racional, este hecho explicaría la fuente de todos sus males. Muchas veces escuchamos acerca de la ignorancia como una justificación para actos burdos, pero el ser humano para Rand no es ignorante, dado que posee la cualidad de sorprenderse, de elucubrar, sino que suprime esa capacidad, renuncia a la posibilidad de conocer. En las palabras de Ayn: “Si quisiera hablar con vuestro vocabulario, diría que el único mandamiento moral que tiene el hombre es: Pensarás. Pero un “mandamiento moral” es una contradicción en los términos. Lo moral es lo escogido, no lo forzado; lo comprendido, no lo obedecido. Lo moral es lo racional, y la Razón no acepta mandamientos. La maldad del mundo se hace posible sólo por la sanción que tú le das.”
Su evidente ateísmo le generó una tremenda impopularidad en la sociedad conservadora norteamericana que reaccionaba de manera hostil a su activismo en pro de la racionalidad. Soy una atea intransigente, pero no una atea militante. Esto significa que abogo por la Razón sin compromisos de ningún tipo y que lucho a favor de la Razón, no contra la religión. Su prosa invita a percibir al ser humano no como un títere de las circunstancias, de los caprichos divinos, karmas ni de la predestinación, para vivir y convertirse en un verdadero ser humano se debe actuar, y para poder actuar se deben tomar decisiones; cada decisión posible implica un código de valores definido, y para lograr tener este código de valores se debe saber qué eres y dónde estás. Tener conocimiento de nuestra propia naturaleza y de nuestro universo, y he ahí el valor de la Filosofía. Ayn nos advierte: “podemos evadir la realidad, pero no podemos evadir las consecuencias de evadir la realidad”. Nos llama al autoconocimiento y al ejercicio de la racionalidad para conocer los propios deseos, sus significados y costos. Aboga por desechar la idea de que el altruismo en pro de los demás es benigno y malvado el egoísmo, para ella “el hombre no es un animal que haya de ser sacrificado en el altar de los demás; la vida no es un inmenso hospital”. De esta forma, surge el hombre racional, pensante, consciente de sus decisiones, investido de la capacidad para prever consecuencias, amparado en la ciencia, la filosofía y la lógica y no en temores religiosos o misticismos anacrónicos. En sus palabras: “No debemos confundir altruismo con generosidad, buena voluntad o respeto por los derechos de los demás. Estos no son valores primeros, sino consecuencias que el altruismo, de hecho, hace imposibles. El valor irreductible, primero y básico del altruismo es el sacrificio propio, que quiere decir: inmolación de uno mismo, abnegación, negación de uno mismo, autodestruccción, es decir: el yo es el mal y los demás el bien”.





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