viernes, 25 de diciembre de 2009

NOCHES

Hace años que mis sueños se hicieron esquivos, aquellos que llegaban sigilosos a travès del movimiento de mi ojos enceguecidos por el cansacio y el hastìo. Ahora me rehuyen, ahora la eterna vigilia se apoderó de mis ojos, sueño despierta.

Cuando era niña, fantaseaba antes de dormir, era mi estrategia para confundir la realidad y la fantasía, que me transportaba al mundo onírico. Hoy, ni los fármacos pueden ayudar, a evocar esos umbrales, esos límites difusos. Hoy el sueño me toma de improviso, pero me rehuye, me odia, me fastidia.

AL dormir, siento que caigo, que aceleradamente me precipito a tierra. Una y otra vez despierto aterrada, cansada, adolorida. Con frecuencia, no sé donde estoy, requiero de tiempo adicional para reconocer el paisaje, el entorno. Y al despertar, la angustia, otro día más, y comienzo a buscar las fuerzas, extraviadas en las sábanas, perdidas bajo la alfombra, ahogadas en la almohada. Las fuerzas para enfrentar esta existencia obligada, esta vivencia basada en la inercia. Las escasas oportunidades en que he buscado un pretexto para cambiar, ha sido más doloroso que la misma rutina, más lacerante que la monotonía que carcome mis voluntades, mis motivaciones.

Le temo a la oscuridad. Antes dormía con alguna luz encendida, hoy me obligo a apagarla, solo para sentirme acompañada por sombras en las tinieblas, por recuerdos con detalles luminosos.

Mi cadalso es mi memoria. Mi tortura es mi imaginación. Mi verdugo, tu recuerdo.

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