miércoles, 22 de febrero de 2012

Dosis de Resignación

Cada día me cuesta más esfuerzo retornar a este lugar, otrora mi refugio, hoy se torna mi tortura. Tan difícil que se ha hecho el simple acto de dar vuelta la página, terminar el libro, avanzar a otro capítulo. Ese afán tozudo de aferrarme a la fantasía de la inexistencia, algo que fue y que el tiempo trituró en sus fauces hambrientas. Fue transformado, desecho y rearmado. Soy yo la que se aferra a la remota posibilidad, que aún siendo altamente improbable me alivia la agonía de la certeza rotunda.

Resignación. Cuánto odiaba esa palabra! Cuánto odiaba esa inercia de la aceptación silenciosa!. Y sin embargo, ésa ha sido la alternativa en la que me he visto acorralada, pese a todos mis desesperados y rebeldes esfuerzos para doblegar el Destino que imponía finalmente su voluntad. Tanto buscarte, para sólo contemplar cómo debía aprender a continuar sin ti, aún sabiendo que existías.

Supongo que ése debe ser mi consuelo, el bálsamo que suavice mis heridas. Esta fantasía que aún atesoro, ocurrió; el hombre que soñaba, existía; tenía un nombre, respiraba, vivía. Ya no importa si fue correspondido, o no; si importó o no, si me amó, o sólo me olvidó. Ya no busco esas respuestas que sólo agregan sal a mis heridas. Todo lo que soñaba habitaba un cuerpo, y pude recorrer toda su geografía; pude conjurar mis hechizos en su piel, beber de sus fraguadas entrañas, derretir su sudor en un almizcle imperecedero. Fue real, ocurrió y el acto de recordar fue la forma de seguir disfrutando de una noche, convertida en mil noches de insomnio solitario.

Esa noche debí sospechar que el amanecer dejaría caer el telón final.
Mi memoria traicionera ha sido la que fatal ha repetido cuadro a cuadro las escenas atiborrada de detalles deliciosos. Tuve la opción de reemplazarle, de continuar buscando sin comparaciones. Pero ya no tenía sentido, había un nombre, un momento que deseaba repetir. Hay eventos aleatorios improbables, pero nos aferramos a la superstición, a la Fe, al Amor para ilusionarnos con el milagro, el milagro que nos redima, que nos transforme, mientras aquello ocurre la maldita esperanza nos inyecta la morfina necesaria para seguir, para insistir, para suicidarnos en pequeñas dosis diarias de resignación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario