martes, 5 de julio de 2011

Al borde de la cornisa...

Huí. Corrí lo más rápido que mis alicaidas fuerzas permitieron. Corre, corre, huye presurosa. No mires hacia atrás!. Emprendí la frenética carrera hasta mi escondite, este mi espacio sórdido y repleto de recuerdos, de telarañas, de fragmentos rotos y astillados de mis emociones. Por unos días me confundí, pensé que podía olvidarlo todo, que tal vez, que quizás, otra vez. No aprendo, no aprendo. Reiteraba mi juego macabro, ése de caminar por el borde, desafiando el abismo, la incertidumbre de volver a caer. Ni siquiera vi sus ojos, probablemente ví lo que deseaba ver, me precipité a sentir haciendo del alma el combustible para seguir, de no aceptar esta monotonía, esta soledad que me va apagando lenta y mortalmente.
Vi sólo el resplandor de un caminante anónimo entre esta multitud inhumana.
Cerraré los ojos, me obligaré a aceptar mi paisaje, el silencio de mi historia sin capítulos, sin puntos suspensivos. De regreso a mis amantes Baudelaire y Chopin.
Me confundí. Perdón. Un tropiezo en la muchedumbre de tantos sin rostro sin nombres.
Casi creí reconocerlo. Vamos en direcciones distintas.
Au revoir, Monsieur.
Esta tarde de invierno simplemente, estoy triste.

1 comentario:

  1. los buenos ratos hay que fabricarlos porque los malos llegan solos..

    ResponderEliminar