miércoles, 22 de agosto de 2012

Pie de Página

Las noches, cada una de ellas regresa ataviada de sus traslúcidas enaguas para envolverme en una fría caricia enviada por Doña Muerte. Son en ellas en las que te busco a través de la neblina de mis ojos cansados de esperas inútiles, esperas entumecidas de adoptar la posición silenciosa y resignada de la paciencia.

Pensaba, mientras el cigarrillo lo compartía a medias con Doña Vida...dónde estarás? te imagino, casi puedo recorrerte sólo con mis suspiros. Tan lejos, tan cansados, estos días nos han distanciado tanto, de tantas formas. Pero intento sobrevivir sin afanes, adopté esa costumbre de nutrirme como una adictiva y placentera sensación recurrir a tu recuerdo cada vez que la soledad lastima, cuando los días se hacen tristes, cuando la lluvia amenazante se confunde con mis lágrimas. No pretendo -como antes- conquistarte, esperar que regresaras en cuerpo y alma, que existiera un milagro, que me buscaras y que me amaras. Pretensiones tontas, pretensiones ilusas. Ahora te recuerdo, y a tan poco me acostumbré, que es suficiente sólo pensarte. Te recuerdo una y otra vez, y eso fue lo que logró que en mi mente te arraigaras como una existencia fantasmal. De esta forma, tengo algo de ti, nutrido desde aquel tiempo en que despertaba en tu mente, esos días en que me buscabas. Hay quienes deben amar sólo contemplando, observando desde lejos. Otros deben conformarse con resignarse a amar confundiendo gratitud y costumbre. Yo te tuve entre mis manos, pude acariciarte, fusionarme derretida sobre tu pecho ardiendo, fraguada entre tus piernas, devorando hambrienta tus carnes, en cada beso raptando tu aliento y bebiendo de tu cuerpo para calmar la sed que jamás pensé en mitigar. Pude dialogar contigo, conocer tu mundo, tus libros, tus cruzadas, tus indiferencias, tus confidencias. Dialogar, hablar de todo, escucharte o leerte con atención.

Sé que nunca creerás ni leerás estas confesiones, preguntaste aquella noche algo, que no me atreví a contestar, la verdad. La verdad fue que entre tantas historias, entre tantos nombres, cuando había perdido la esperanza de amar de una forma que pudiera idolatrar, apareciste tú. Por eso en aquel silencio disolví todas mis barreras, todas mis desconfianzas e indiferencias, todos mis resistencias y fortalezas. Por una noche, quise ser honesta, mostrarme sin maquillaje alguno, sin caretas, sin disfraces. Necesitaba una razón para seguir creyendo en algo, para seguir escribiendo poesía, para que la realidad tuviera alma, para no dejar de soñar. Tú me diste lo que necesitaba para que la Fantasía no muriera para aquella existencia obligada, para este ángel caído.

Comienza el fin. Esta historia de sobrevivencia comienza su inmortalidad. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario